B.D.-Nr. 1831
Es un santo deseo querer ser unido con el divino Señor y Salvador. De veras, no hay nada igual; no hay mejor estado de felicidad que la unión con Él, y por lo tanto, esta unión debe ser el epítome de todo deseo. Lo que pertenece a la Tierra debe abandonarse felizmente en cambio de lo más bendito; el hombre debe tomar voluntariamente sobre sí mismo todos los sufrimientos de la Tierra y siempre recordar solamente la más dulce recompensa: la unión con Dios que compensa todas las penas y todos los tormentos, que pone fin a toda la miseria y aflicción de esta Tierra.
Esta unión causa una felicidad tan inimaginable que todo lo pesado anterior parece pequeño en comparación, y si el hombre supiera de esto, tomaría pacientemente todavía mucho más sufrimiento sobre sí mismo, solamente para ser digno de esta Gracia celestial. Y sin embargo, conseguir la unión con Dios incluso sin este conocimiento debe ser el anhelo de cada ser humano. El amor a Él y a su prójimo debe colocarlo en ese estado, que es la condición previa para la felicidad suprema. Porque entonces igualmente se transforma en Amor, y entonces debe inevitablemente acercarse al Amor eterno, lo esencial en él tiene que fusionarse con la Fuerza original, y así debe estar de nuevo donde estaba antes: en Dios.
Una unión con la Entidad suprema debe ahora entregarle también todo lo que es parte divina: Luz y Fuerza. Y esto significa Gloria eterna, Felicidad y Paz. Porque estar en la Luz significa saber de todo, escapar de las tinieblas y, a partir de entonces, poder actuar como fuerza redentora para su propia felicidad. Y poder participar de la Fuerza divina significa poder modelar y crear igual que Él, dar y repartir, actuar y pensar de acuerdo con la Voluntad divina y así llevar una vida que satisface todos los deseos, porque la unión con Dios es el objetivo final de cada ser. Y los hombres pueden alcanzar este estado de felicidad ya en la Tierra si se transforman en Amor. Pueden recibir esta incomprensible Gracia aún durante el tiempo de su camino terrenal, escuchando la Palabra resonante en su corazón.
Hacer en la Tierra de la Voluntad divina una pauta constante y tratar siempre de acercarse a Él, hace que el corazón se convierta en Amor, el hombre amoroso, sin embargo, no puede dar otra cosa que Amor, por lo tanto, Dios también le da a él, quiere decir, Se le da Sí mismo en la Palabra. Y si el Hijo terrenal es capaz de oír la Voz divina en su corazón, la unión con Dios ha tenido lugar y no puede ser perturbada eternamente.
Porque lo que Dios ha abrazado con Su Amor, no lo deja eternamente, y por consiguiente, el hombre ahora no puede de otra manera que emplearse con su vida por su divino Señor y Salvador, por Su Nombre y Su Enseñanza. Lo confesará ante el mundo entero y dará testimonio de la Fuerza divina, ya que esta entra tan obviamente en él que puede demostrar al mundo el poder y la fuerza de la Fe justa, que ahora representa delante de los hombres que quieren destruirlo. Porque no teme la muerte del cuerpo, puesto que ha encontrado la Vida eterna por la unión con el Señor.
Amén