0370 Los discípulos del Salvador - El reino judaico

7 de abril de 1938: Libro 8

Durante toda su Pasión nadie en la Tierra fue tan devoto del Señor y Salvador como el grupo de sus discípulos. Le amaban mucho y deseaban haber podido evitarle cualquier sufrimiento si hubieran tenido poder para ello. Muchos había a su alrededor, pero pocos estaban suficientemente compenetrados con su Divinidad para poder reconocer en Él a su Maestro y Creador divino. Los discípulos sintieron que la Luz que emanaba de Él llenaba sus corazones. E inmediatamente dejaron de lado incluso la más mínima duda y reconocieron que seguirle era lo más importante del mundo. También admitieron que ninguno de ellos podría alcanzar la perfección si Él no derramaba continuamente su Gracia sobre ellos. Y reconocieron que para alcanzar esta perfección era muy importante que unos y otros se sirvieran mutuamente con amor. Desde entonces se desvivieron con profunda humildad para poder ser dignos de la Gracia del Señor. Todo lo abandonaron y vivieron exclusivamente según la doctrina que el Salvador les transmitió en su trato diario.

De modo que únicamente esto, y estar continuamente en compañía suya, fue lo que hizo que sus corazones se llenaron de un gran amor al Salvador, y que sus conocimientos de la sabiduría divina aumentasen cuanto más tiempo estuvieron con su Maestro y cuanto más le conocieron.

En aquel tiempo había en la Tierra un pueblo sumamente importante: los judíos, un pueblo elegido para divulgar la doctrina espiritual del verdadero cristianismo. El deseo del Señor de salvar a este pueblo del yerro espiritual en el que se encontraban sus almas no tuvo efecto pues se mofaron de Él. Había un gran número de judíos dispuestos a aniquilar al Hijo de Dios porque veían en Él a un enemigo de sus enseñanzas. Le tomaron simplemente por un orador genial que abusaba de su talento para inducir el pueblo a apostatar de la doctrina de sus padres. Y como continuaban entre pecados e inmundicias, tampoco podían recibir iluminación. Rechazaron cualquier amor del Señor, y le pagaron desatándose en improperios contra Él, con la finalidad de atentar contra su vida. Pero su Clemencia se lo perdonó. Con una paciencia angélica les animó a cambiar sus ideas, y su Corazón se dirigió a cada uno de ellos con la intención de salvarle. Pero la Omnipotencia de Dios toleró la voluntad de estos hombres para que se cumpliera la Palabra, la Palabra de que el Señor se había encarnado para salvar la humanidad.

Amén.

Traducido por: Meinhard Füssel

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