Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/8121

8121 La recepción de la Palabra es un acto del libre albedrío....

10 de marzo de 1962: Libro 86

Yo os necesito, Mis servidores en la Tierra.... Porque no puedo, mediante un trabajo inusual, obligar a las personas a creer en un Dios y Creador que aún no tienen esta fe. Y si Yo me dirigiera audiblemente a las personas desde arriba, entonces perderían su libre albedrío; ellas tendrían que creer y sólo estarían bajo esta impresión e inevitablemente cumplirían lo que es Mi voluntad. Pero hay dirigirse nuevamente a ellas porque están en una gran necesidad espiritual, y por eso tengo que hablarles por boca humana y dejar a su libre albedrío si quieren aceptar Mi Palabra o no....

Yo os necesito y vosotros mismos lo comprenderéis también; sentiréis Mi presencia y sabréis que es vuestro Padre Que está en el cielo Quien os habla, Quien siempre os anima a comunicaros a vuestros semejantes y a hacerles saber de Mi obra inusual en vosotros.... pero inusual, de hecho, sólo para aquellos que aún no saben nada de Mi amor y de Mi misericordia, que se aplica a todas las personas, que aún no Me conocen a Mí ni a Mi Ser y por lo tanto no buscan ningún tipo de conexión Conmigo.... Y a ellos quiero revelarme como un Padre Quien se preocupa por el bienestar de Sus hijos; Quiero revelarme a ellos como un Dios de amor, sabiduría y poder....

Y os necesito, servidores Míos, para poder dirigirme a los humanos a través de vosotros. Porque no tengo muchas herramientas a Mi disposición porque es un acto de libre albedrío aceptar Mi Palabra, que también requiere requisitos previos que no se encuentran muy a menudo entre los humanos. Una fe profunda, adquirida a través del amor debe hacerles escuchar interiormente.... deben esperar conscientemente Mi discurso, aferrarse a ella y estar siempre dispuestos a transmitir lo que reciben. Sólo una fe profunda hará que escuchen dentro de sí mismos, y sólo puedo revelarme si el humano se conecta Conmigo en esta fe y ahora Me deja hablarle.

El hecho de que ahora os exija con tanta urgencia la difusión de lo que os llega, se basa en la gran ignorancia de los humanos que pasan por la vida terrenal con pensamientos solamente dirigidos hacia lo terrenal, que no saben ni creen absolutamente nada acerca del reino que está fuera de la Tierra, al cual entrarán una vez cuando haya terminado su vida física. Estos seres humanos se encuentran en la necesidad más grande porque no puede perecer porque sus almas continúan viviendo después de la muerte del cuerpo. Y a estas almas no les espera ningún buen destino, porque entran en el reino del más allá en completa oscuridad, y tendrán que soportar mucho sufrimiento y tormento antes de que un pequeño rayo de luz brille sobre ellas....

Quiero darles a los humanos este pequeño rayo de luz antes de que llegue el fin. Sólo quiero ayudarlos a que ellos mismos establezcan contacto con su Dios y Creador, para que se ocupen pensando en Él y que Yo Mismo ahora pueda influir en sus pensamientos.... Y por eso trato de dirigirme a ellos, y vosotros debéis servirme al respecto, para que Yo pueda expresarme según vuestra voluntad y que vuestros semejantes reciban conocimiento al respecto....

Debéis dejaros instruir por Mí y luego transmitir vuestro conocimiento pero siempre en forma inalterada, porque lo que surge de Mí es pura verdad y debe ser transmitida sin distorsión alguna, porque debe obrar como una luz en los corazones humanos que tienen poca luz. Y verdaderamente Me estáis haciendo un servicio por el cual os bendeciré, porque amo a todas Mis criaturas y ninguna de ellas debe volver a perderse por un tiempo interminablemente largo. Y es por eso que Mi poder de amor fluirá hacia vosotros una y otra vez, mientras queráis servirme. Yo Mismo os demostraré Mi presencia, en el sentido de que Mis revelaciones también os tocarán de una manera inusual, porque Yo ya no necesito temer ninguna compulsión de creer en vosotros que Me probáis vuestra fe en Mi cada día, cuando esperáis Mi discurso y trabajáis para Mí....

amén

Traducido por Hans-Dieter Heise