Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/6528

6528 La Palabra de Dios - Es el elixir de la vida – muerte – Vida

21 de abril de 1956: Libro 70

Debéis adquirir la vida; debéis huir del estado de la muerte, en el que vosotros hombres permenecéis. Y de ese modo se os tiene que ofrecer un elixier de vida, fuerzas en vosotros quedan yerme, tienen que ser sueltas, una nueva corriente de vida tiene que inundaros, todo tiene que venir en movimiento lo que anteriormente estaba inactivo y rígido y yacía en vosotros. Tenéis que despertaros de un sueño de muerte desde tiempos infinitos.

Hay un remedio seguro para que despertéis a la vida. Es la Palabra viva, es el Agua de la Vida que corre de Dios y la que irradia una fuerza que basta para dar a los muertos la vida. Pues este Agua de Vida, la Palabra de Dios desde la Altura, es la irradiación directa del Amor divino, que es de tal potente eficacia que nada puede permenecer en estado inerte lo que por ella es tocado.

Pero una cosa es menester: que nada se oponga a esta irradiación de amor. Depende de la buena voluntad del carácter del ser cuando empieza el despertar a la vida. Pues bajo “vida” no se ha de entender lo que en la tierra se considera vida por los hombres. La verdadera vida ha de entenderse como un estado eterno que no termina nunca, de luz y fuerza, y que es la meta de todo ente esencial, porque significa eterna Bienaventuranza.

Y esa vida os de la “Palabra de Dios” únicamente, la que tenéis, sin embargo, que agitar en vuestro corazón, y sea después la fuerza motriz de vuestro actuar. Entonces comprenderéis que la Palabra de Dios puede ser llamada el verdadero panacea de vida y que sin ese donador de vida no puede existir ninguna vida eterna. Pues estar muerto significa caer en un estado de solidificación sin luz y fuerza.

Y, sin embargo, es ese estado atormentador para el ser, porque el concepto “muerte” no debe ser confundido con “inexistente”. El ser sufre torturas inconmensurables, pues lo que una vez se originó de Dios no puede perecer nunca jamás. Sólo puede decaer en un estado inconmensurablemente atormentador, porque entregó su “vida” el ser, porque perdió luz y fuerza, es decir las previas condiciones a la actividad, cayendo en un estado de endurecimiento.

Y de ese tiene que desatarse, tiene que adquirirse de nuevo el Reino de entonces, tiene que ambicionar la Vida, y él lo puede dejandose inundar en sí por la Luz del Amor eterno, y él mismo se encienda con ella, acogiendo la Palabra de Dios y observarla, cumpliendo el precepto del amor, praticando el amor. Por medio de eso él mismo se transforma en una estación de fuerza, pues el amor es fuerza en sí. La fuerza comienza a ser activa y lo que estaba muerto despierta a la vida, a una vida que ya no puede perder más.

Sin la Palabra de Dios no es posible ese proceso transformable de la muerte a la vida, pues bajo la “Palabra de Dios” no es sólo la alocución directa o mediación de bienes espirituales, lo que se ha de entender, sino siempre es necesaria la irradiación del Amor divino, para que se transforme lo muerto en vida. La Palabra de Dios es imprescindible y proporciona al ser el conocimiento de Su Voluntad. Pues la Voluntad de Dios tiene que ser observada si el ser muerto quiere llegar a la Vida. Y la Voluntad de Dios es Amor a Él y al prójimo. Mas el amor es luz y fuerza, el amor es vida, y donde él actua, tiene que transformarse el estado de muerte, tiene que ser impulsado el ser a la actividad, y actividad demuestra vida.

Y Dios no descansará antes, hasta que todo lo muerto haya vuelto a la vida, pues en un principio fueron creados en luz y fuerza. Esta vida que en un principio poseian los seres y libremente la dieron, tienen que volverla a ganar irrevocablemente, de lo contrario, tiene que permanecer el ser eternamente en la desgracia y el tormento.

Amén

Traducido por Pilar Coors