Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/3352

3352 La filiación de Dios - Exeso de sufrimiento en la tierra

1 de diciembre de 1944: Libro 43

Para conseguir la filiación de Dios en la tierra, tiene que formarse el hombre en el amor y por medio de él hacerse capaz de establecer la unión con Dios ya en la tierra, de tal modo que pueda entrar en las esferas de luz en el más allá en estado de sazón. Él tiene que estar por eso purificada su alma por medio de obras de caridad hasta tal punto, que Dios Mismo pueda tomar morada en ella y su espíritu se enlace con el Espíritu del Padre. Y entonces el hombre ha resuelto su tarea terrenal por completo y ha llegado a su meta y ha encontrado ingreso como ser de luz en el Reino espiritual, donde ahora puede crear y obrar.

Pero ese grado de madurez exige una renuncia total a los bienes terrenos. Esta fusión con la Divinidad eterna es imposible mientras el hombre tenga aún apego a la materia, pues el corazón aún no está desprendido del todo de las escorias de los apetitos y por lo tanto tampoco preparado aún para la acogida del Espíritu divino, y el hombre tiene entonces que admitir en sí mucho sufrimiento, para que en el alma se realice la última purificación, y por eso también recibirán impuestos muchos sufrimientos los hombres que son muy buenos y piadosos preferentemente, para que suceda en ellos la purificación del alma rápidamente.

Y donde un sufrimiento especialmente grave oprime a los hombres y sin embargo aparece una fe profunda, allí puede haberse escogido el alma antes de su encarnación, una vida terrenal especialmente dura, para alcanzar su meta última, la filiación de Dios en la tierra.

Pues esa meta tiene que ser ambicionada y alcanzada en la tierra, y siempre exigirá las condiciones de vida más duros, porque el alma tiene que entrar en el otro Reino pura por completo y sin escorias y eso requiere un proceso de purificación especialmente eficaz.

Pues es el sufrimiento un remedio para conseguir la meta espiritual. Él conduce a Dios si el alma se ha marchado de Dios, o él purifica el alma y la cristaliza, para que ella como ser puro pueda ir en la proximidad de Dios, para que ahora pueda entrar en la unión más bienaventurada con Él.

El amor y el sufrimiento tienen que actuar juntos en la espiritualización de un hombre sobre la tierra. Y por eso el hombre que está en el amor, no debe temer el sufrimiento, sino que entregado lo acepte en sí, acordándose de la alta meta que él puede alcanzar en la tierra; pues él mismo se ha elegido su camino terrenal sabiendo que ese le ayudaba a la más alta madurez, si su voluntad ahora no se opone.

Pero las delicias de la filiación de Dios, compensan una vez mil veces todo sufrimiento de la vida en la tierra. Y el tiempo terrenal es corto, él es como un instante en el espacio de la eternidad. Y como el hombre esté en la fe profunda, también puede siempre recibir la fuerza de Dios, para soportar todo lo que se le ha impuesto. Pues su oración será entonces dirigida a Dios muy efusiva, y Dios Mismo lo fortalece haciéndolo de vencedor de la vita terrenal, y Dios Mismo busca a Su hijo, así que haya aprobado la prueba de la vida en la tierra y ahora como ser puro deje la tierra.

Pero su vida por el camino terrenal estará siempre señalada por amor y sufrimiento, porque sin ellos el alma no será pura por completo para la admisión de Dios en el corazón del hombre. Y esta íntima unión con Dios tiene que efectuarse ya en la tierra, de lo contrario el alma no resiste frente a las tentaciones del mundo, de lo contrario el sufrimiento tampoco os puede aportar la plena purificación, porque os falta la fuerza, para soportar ese sufrimiento sin quejaros y todo murmurar o rebelarse en contra deja echar de menos la subordinación total bajo la Voluntad de Dios.

Sin embargo, el alma tiene que unirse con Dios. Ella tiene que encontrarse en el más cariñoso contacto con Él, ella misma tiene que querer el sufrimiento, y recibirlo agradecida como un obsequio de Dios, sabiendo que es la última barrera entre Dios y él, y que sólo un vencimiento del sufrimiento le aporta a ella la bienaventuranza más alta, para que sea con eso un hijo de Dios con todos los derechos y obligaciones.

Y eso es la meta de todos los hombres en la tierra pero que sólo muy pocos la alcanzan. Son sólo pocos los que están con tanto cariño unidos a Dios por el amor, que también en el sufrimiento reconocen Su grandisimo Amor de Padre, que quiere prepararles el destino más dichoso en la eternidad. Su suerte en la tierra no es envidiable por cierto, pero en el otro Reino ocupan ellos el escalón más alto, están inmediatamente junto a Dios y por eso indeciblemente felices, pues ellos pueden como Sus hijos legítimos, mandar a capricho según su voluntad, la cual es siempre la Voluntad de Dios también. Ellos pueden crear y formar y contribuir siempre de nuevo a salvar, lo que aún está distante de Dios en las más diferentes creaciones para que evolucionen a lo alto. Y eso es la suerte mas dichosa, la que compensa completamente e indemniza los sufrimientos de la vida terrena y por lo que es esa la meta que de todos los hombres debiera ser en la tierra.

Amén

Traducido por Pilar Coors