Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/1514

1514 Infalibilidad - Preceptos eclesiásticos

11 de julio de 1940: Libro 24

Vosotros atribuís demasiada gran importancia a la infalibilidad de vuestro jefe de la iglesia, y os equicocáis enormemente. No residía en la Voluntad de Dios, que Su Iglesia fuera formada arbitrariamente según la voluntad de los hombres. Todo lo que era bueno para el mantenimiento y para la divulgación de Su Doctrina, se lo presentó y enseñó Jesucristo en la tierra a Sus discípulos Él Mismo. El ha hecho la difusión de Su Doctrina, dependiente de la voluntad individual de cada uno.

Él dió extras normas directivas, las cuales eran válidas para todo el que quería ser adicto de Su Doctrina. Son estas las promesas que se hicieron dependientes del cumplimiento de ella, lo que el Señor a través de Sus enseñanzas por los hombres pedía. Él siempre dejó inviolable la voluntad libre del hombre. De por sí mismo y sin coacción exterior debía decidirse el hombre y cumplir de ese modo la Voluntad de Dios. Y a estos les prometió El la Vida eterna. Con las Palabras: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida ... Yo soy el medio, la justificación y el cumplimiento... El que cree en Mí, tiene la Vida eterna..." De modo que Él sólo pedía la fe en Sí y en Su Palabra. Su Amor quiere dar algo inimaginablemente delicioso, la Vida eterna. Para lo que Él necesita sólo la fe de los hombres y su voluntad. Pero no es Su Voluntad, que a hombres, los que ya caminan en la tierra en un estado encadenado, sean cargados con nuevos pecados. Quien verdaderamente cree en Jesús y Su Palabra, las ataduras de ese serán sueltas, el que no obstante, no cree, ese, a causa de su estado encadenado, ya esta suficientemente castigado, pues él tiene que permanecer en ese estado por tiempos interminables.

Quien no hace caso de los diez mandamientos, que Dios Mismo ha dado a los hombres, quien los transgriede ese peca, es decir, ese se opone a Dios como el Amor, porque quebranta el mandato del Amor. Ese no hace nada por liberarse de su estado, sin embargo todo, para agravarlo. El cumplimiento de estos mandamientos es el único medio de rescate, mas todo lo contrario es el infrigirlos.

La doctrina de la infalibilidad llegó a ser, sin embargo, para los hombres una nueva legislación en tanto, que a los diez mandamientos promulgados por Dios, los aumentaron con muchos otros más, anexionando los nuevos preceptos, en cierto modo a los mandamientos de Dios y el no obervarlos, fue igualmente estampillado como pecado, igualmente como el obrar en contra de los mandamientos de Dios. Y eso es un error de espantosa repercusión. Pues ahora están los hombres cargados y agobiados de pesos que son totalmene sin importancia, sin embargo, actos hechos por obligación, mas los cuales no tienen en absoluto nada que ver con el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Y toda su atención va tan sólo dirigida en la ocupación en esos preceptos y en quedarse libre de los presuntos pecados.

Y es esto, en lo que ellos fijan todo el trabajo de su alma, en guardar esos preceptos promulgados por hombres o en expiar la supuesta culpa de su contravención. Y no tienen en cuenta la horrible eclavitud del alma, la cual únicamente por el amor sólo puede ser desatada de ella.

Si esos preceptos hubíesen sido necesarios, en verdad, que el Señor Mismo los hubiera dado de ese modo en la tierra y predicado a Sus discípulos el cumplimiento de ellos primero. Por lo que han tratado los hombres de mejorar la Doctrina de Cristo por propia voluntad contra la Voluntad divina o arbitrariamente, y no se espantaron atrás, de darse ellos mismos el consentimiento divino para ello, al considerarse a sí mismos como iluminados por el Espíritu Santo, y en un estado muy alejado de ello, promulgaron prescripciones que no pueden corresponder a la Voluntad de Dios, porque ellos disminuyen considerablemente el sentido de responsabilidad frente a los mandamientos dados por Dios a causa del hecho, de que se ha dedicado ahora la mayor antención a esos nuevos preceptos promulgados y actualmente es tan grande que la humanidad cumple con ellos, de forma mecánica meramente y está en la creencia de seguir la Doctrina de Cristo si cumple ella las obligaciones que a ellos les fueron impuestas.

El hombre verdaderamente iluminado está destinado por Dios, a poner termino a esta situación precaria e inconvenientes, es decir, descubrirlas. Sin embargo, jamás puede Dios haber iluminado a un hombre que dió semejante precepto, ni tampoco podía aprobarlo. La infalibilidad del jefe de la iglesia es una imágen distorsionada del derramamiento del Espíritu Santo. Quien ha estado bajo el efecto del Espíritu Santo, ha reconocido a cualquier hora lo erróneo de esa legislación, pero el poder mundanal eclesiástico impidió él en la rectificación de ese error de tan graves consecuencias.

Pues esos preceptos no nacieron del espíritu de amor. Al legislador le importaba poco de facilitar a las almas luchadoras su trabajo por su última liberación, sino que el motivo del origen de esos preceptos era el afán del aumento de poder y de la voluntad de llevar a los hombres, en cierto modo, en circunstancias serviles, puesto que al mismo tiempo estaba considerada la inobservancia de los preceptos como pecado mortal.

Servidores verdaderos de Dios han reconocido siempre este abuso y querían hacer frente a él, sin embargo, el dogma de la infalibilidad del jefe de la iglesia ya está demasiado profundamente arraigado, para que se pueda tan fácilmente ser exterminado. Y de él se podrá liberar sólo, el que busca la pura Verdad y le pide a Dios Mismo por esa pura Verdad y por el Espíritu de la iluminación interior.

Amén

Traducido por Pilar Coors