Origen: https://www.bertha-dudde.org/es/proclamation/0445

0445 Remisión de los pecados

1 de junio de 1938: Libro 10

Ninguna criatura tiene el privilegio de poder librarse del peso de sus pecados por sí sola: para ello siempre necesitará el Amor del Salvador divino. Tampoco el hombre tiene el poder de perdonar los pecados a sus semejantes. A no ser cuando ve que el corazón de un pecador está muy conmovido y que, plenamente consciente de haber pecado, implora perdón al Padre del Cielo. En este caso, cumpliendo su oficio, el hombre puede perdonarle.

Lo único decisivo es la voluntad de la criatura, en tanto que la intervención del representante no es sino una manifestación simbólica del acto de Gracia de Dios. De modo que la confesión de los pecados resulta totalmente inútil, aunque mediante ella el pecador cumpla aparentemente su deber ante la Iglesia, si al mismo tiempo no se dirige al Padre divino pidiéndole su perdón. Y de manera análoga, la confesión de los pecados al Padre acompañada por un pleno arrepentimiento, produce un verdadero perdón, perfectamente válido sin necesidad alguna de ceremonia por parte del representante.

Las criaturas no saben lo mucho que se han alejado de la verdadera Divinidad aunque siempre cumplan todas las exigencias que la Iglesia terrenal les prescribe. Lo que debiera ser un deseo vivo del corazón se ha convertido en un mecanismo inanimado.

De modo que cumplir así las reglas de la Iglesia poca bendición traerá porque, ante todo, los corazones tienen que inclinarse hacia Dios y entrar en unión íntima con el Creador y Salvador. Entonces la Gracia del Señor estará con las criaturas, las cuales consiguen acercarse cada vez más a Él y pronto ya no querrán permanecer en la Tierra sin su Salvador. Pero dar el primer paso es cosa de la misma criatura. Cada cual sabe muy bien cuando ha pecado. Del mismo modo que ha encontrado el camino del pecado, también tendrá que encontrarlo él solo el de la introspección. Y cuando aprenda a despreciar el pecado, se arrepentirá y le vendrá el deseo de ser liberado de su carga. Entonces la oración por el perdón de los pecados surgirá del corazón, y seguro que llegará a los oídos de Aquel que es el único que remite los pecados gracias a su gran Amor.

Amén.

Traducido por Meinhard Füssel